«Mi maestro fue un preso», el Cardenal Osoro y la pastoral penitenciaria


 “Mi maestro fue un preso” es el nuevo libro del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, publicado por el sello Sal Terrae del Grupo de Comunicación Loyola. En él recoge 49 cartas anónimas de los reclusos de la prisión de Soto de Real. El volumen fue presentado este lunes en Jesuitas Maldonado (Madrid) a través de una entrevista online con el arzobispo, conducida por el jesuita José María Rodríguez Olaizola. En el acto estuvo presente el director de la cárcel, José Luis Argente. El diálogo se planteó como una ventana abierta al mundo tan poco conocido de las prisiones y de la pastoral penitenciaria.
Las cartas de los reclusos las responde Osoro una a una, invitando al lector a asistir a un diálogo rico y hondo entre ambos. Cada carta es un breve testimonio desde la cárcel. Textos donde afloran las cuestiones más humanas: amor, familia, perdón, fe, el sentido de la vida y la condición del ser humano para retomar el camino extraviado. Para la creación de este libro, un Jueves Santo, durante los oficios, Carlos Osoro les invitó a escribir con sus propias palabras sobre aquello que les preocupara más o era más importante y se lo enviaran. Ahora, responde a las cartas recogiendo contenidos, reflexiones, homilías e ideas que ha ido formulando al querer llevar una buena noticia a la cárcel. Con un doble objetivo: que los presos se sientan orgullosos de su testimonio y a su vez acompañados, queridos, comprendidos, consolados y reconocidos; y que los lectores puedan intuir, más allá de etiquetas y prejuicios, la realidad compleja, humana y comprensible de quienes han acabado privados de libertad y cumpliendo condena.
A lo largo de la conversación Osoro descubrió historias y enseñanzas sobre el perdón, la superación y la profunda transformación interior que surgen de las experiencias y reflexiones tras sus dos años de visitas y correspondencia con muchos hombres y mujeres presos en esta cárcel. D. Carlos acude con frecuencia al centro a acompañar alguna celebración y este libro nace en forma de cartas que se fueron gestando en conversaciones, homilías, cafés. Unos diálogos que trascienden lo particular para convertirse en reflexiones sobre el amor, la fe y el ser humano, sobre la posibilidad del perdón, sobre la necesidad de no dejar de creer que las personas pueden retomar el camino, aunque hayan podido extraviarse en ocasiones.
El cardenal Osoro explicó cómo es una jordana en la cárcel, sus visitas a los módulos, hablando con los reclusos o confesándoles, también su cercanía a los funcionarios y voluntarios. El acto se convirtió en un reconocimiento a la pastoral penitenciaria de la diócesis. Se pudieron escuchar los testimonios en vídeo de María Yela, delegada de pastoral diocesana; Carmen Arnaiz, voluntaria con la ong Solidarios para el Desarrollo. También se escucharon frases de los presos y el testimonio de Paco, ex interno quien reflexionó sobre la importancia de las visitas de D. Carlos, “una persona que no te juzga, que escucha a los presos, lava sus pies, y quizá no sea consciente hasta cuánto ayuda a su transformación”. El religioso trinitario, Paulino, capellán de Soto del Real explicó lo más importante de su labor: “acercarnos a las personas para llevarles un poco de aire fresco y libertad, desde la escucha, diálogo sincero y toda la parte celebrativa (eucaristía, sacramentos), pero sobre todo pretendemos que sea un encuentro entre personas”.
El arzobispo transmitió ayer cómo “en la cárcel experimento que lo mejor de mi mismo lo tengo que entregar” y compartió que lo que más le impresiona es “la necesidad de, en lo más profundo de su corazón, que alguien les tienda una mano”. Jesús se acercó a la gente, y él tenía siempre unas palabras de vida, “el que tiene una experiencia profunda de Dios sabe acercarse a las personas reclusas” reconoció el arzobispo. En definitiva, una visión esperanzada de las personas, invitando a los presentes a desmontar los prejuicios que puedan tener sobre los presos siendo honrados con nosotros mismos y reconociendo nuestros propios pecados, rememorando el proceso de San Agustín de mirarse a uno mismo.
El sacerdote, natural de Castañeda, Cantabria, 1945, ha vivido su vocación pastoral primero en su comunidad natal y después como obispo en Orense, en Oviedo, en Valencia y en la actualidad en Madrid. Desde el principio, ha sentido la preocupación por no olvidar a quienes están en los márgenes, en especial, a quienes viven en la cárcel. Primero se comprometió con los jóvenes que salían del reformatorio de Torrelavega abriendo la ‘Casa de los Muchachos’ donde ofrecer hogar y familia. “Todo ello me hizo más sensible a escuchar el grito de quienes viven en esta tierra pidiendo la ternura del evangelio”, narra en la introducción. Estrechó los vínculos con el mundo de la cárcel cuando fue nombrado obispo de Orense por Juan Pablo II. Y ha continuado tendiendo una mano a “quienes padecen esa enfermedad de la sospecha de los demás y necesitan la medicina de la confianza, la cercanía y el cuidado” hasta la actualidad, que le lleva hasta al Soto del Real.
En su intervención también narró el testimonio de un preso que se plasma en el título y en el epílogo de este libro y que dice: “Soy un preso, sí, y Jesús de Nazaret camina conmigo. Desde el prendimiento en el huerto de los Olivos hasta que muere en la cruz, mi maestro fue un preso. Que se escandalice el orbe, pero esto es lo que leo y creo. Prendido, detenido, torturado, encarcelado, juzgado, condenado y ejecutado sumariamente en horas, ni siquiera muchas. Lo dicho: un preso”.

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