El legado de los mártires de la UCA

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Hace ya 30 años que un grupo de seis jesuitas y dos de sus ayudantes fueron asesinados en su residencia dentro del campus de la UCA (Universidad Centroamericana) de El Salvador. Para celebrar el testimonio de estos testigos de la Justicia, la Universidad Pontificia Comillas (UPCo) organizó el pasado miércoles la mesa redonda ‘Mártires de la UCA. El legado después de 30 años’.
En este acto participaron el rector de la universidad, Julio Martínez, SJ, que lo introdujo; José María Tomas y Tío, magistrado y presidente de la Fundación para la Justicia; Arancha Jiménez, periodista y experta en la figura de Segundo Montes, SJ, asesinado en El Salvador y Alberto Ares, SJ, director del Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones de la UPCo. La mesa redonda la moderó Ana García-Mina, vicerrectora de la misma.
En las palabras de saludo, el rector se centró mucho en la figura de Ignacio Ellacuría, SJ, que, en aquellos momentos ejercía el rectorado de la UCA: “Una universidad tiene que ser una fuerza social de cambio en el lugar donde está”, parafraseaba Julio Martínez. La universidad es una institución que debe ser partícipe y testigo de los cambios que las sociedades viven: “debe alejarse de caer en populismos y derivas ideológicas que pueden acabar envolviéndonos -explicaba el rector-. Pero también debe evitar encerrarse en una torre de marfil de intelectualidad”.
La responsabilidad de una universidad jesuita es responder al clamor de la tierra y de los pobres, no desde la ideología, “sino como una llamada que nos hace encontrar las causas estructurales y bajar al corazón del ser humano a pelear contra las raíces profundas del mal”.
Las intervenciones de los ponentes tuvieron mucho de experiencia personal. Todos ellos coincidían en que fue, precisamente, esta opción por los pobres lo que provocó la muerte de los seis jesuitas. “A por quien iban era a por Ellacuría”, reflexionaba José María Tomás, porque, explicó, el rector de la UCA había sido tremendamente duro en la crítica a la situación del país. “Y no podían dejar testigos”, sentencia.
“Lo que pasó hace 30 años tiene mucho que ver con el papel que tenía entonces la UCA en el país”, explicaba Arancha. Los jóvenes jesuitas que entonces formaban el grupo de la UCA, conocían la realidad del país con enorme grado de detalle y ofrecían soluciones destinadas a mejorar la vida de las clases populares. “Para mí la clave es esta: su activismo intelectual y haberse posicionado al lado de las mayorías, en un país en que la minoría que gobernaba el no mostraba el mínimo interés por mejorar la situación”.
Alberto Ares recordaba que la Congregación General 32 fue de enorme importancia para la vida de la Compañía. En ella se pedía a los jesuitas una opción preferencial y radical por los pobres. “Lo que ocurrió es que los compañeros escucharon el clamor, el sufrimiento y la muerte de muchas personas”.
“El legado de estos mártires – concluía Ana García-Mina- nos empuja a ser agentes de cambio”. Y para eso trabaja una universidad de la Compañía de Jesús, para ser agentes de cambio, escuchando el clamor de los pobres.